Hay una ventana en mi casa. No es muy amplia, pero es lo suficientemente grande como para haber llamado mi atención cada vez que subía las escaleras.
Por mucho tiempo pensé en ella, pues estaba "desnuda", por así decirlo. No decidía con qué tipo cortinas cubrirla y al final me decidí por persianas, pero aún así no termina de convencerme... pero eso ya no importa tanto como al principio, ahora sólo agradezco tener "algo" que impida que los de fuera vean hacia dentro. Y por lo pronto me había olvidado por completo de ella.
Hasta ahora...que un tanto aburrida paso junto a ella y levanto mi mirada.
Un tanto tímida y pasando casi desapercibida, pude ver a una pícara queriendo husmear entre las rendijas, se escondía como queriendo y no queriendo ser descubierta.
Hermosa, la luna, se asomaba por mi ventana.
Me pareció curioso, porque tiempo atrás, ¿qué será, seis años?, cuando recién casada, aún en la euforia de la aventura que comenzábamos, la imagen diaria de la a veces redonda y otras sólo una débil "uña" de la luna que se asomaba por mi ventana, su imagen me hacía sentir que siempre habría esperanza. Que siempre habría nuevos comienzos.
Y hoy que la miré, lo recordé.
Han pasado seis años, podría decir que la euforia inicial no ha terminado, sólo ha cambiado. Ahora somos mucho más que dos. Somos cuatro, y dos retoños hacen que dada día sea diferente, emocionante, divertido y un tanto estresante.
Me había olvidado, pero ahí estaba ella, y hoy al mirarla, sonreí.
Recordé la alegría del ayer y me sentí nuevamente bendecida. Pienso que tal vez nunca debí cubrir esa ventana, le impedí la entrada a la extasiante imagen de la misteriosa y cambiante luna. Y en el proceso me olvidé de que cada día trae consigo nuevos comienzos, nueva esperanza.
Martha Martínez,
Febrero 2014.
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