viernes, 28 de febrero de 2014

De las cosas cotidianas 28 de Febrero de 2014.

Tengo dos días sin auto. Así que he tenido que caminar desde la casa hasta la oficina. Gracias a Dios no está muy lejos. La distancia es perfecta como para sentir que me he ejercitado lo suficiente, más si no he ido al gimnasio por cuestiones de un virus en mis vías respiratorias.

Pero aun así, debo confesar que no me es del todo placentero. A cada paso, se suscitaba una lucha en mis pensamientos: "Necesito el auto", "esto te servirá de ejercicio"; "Necesitas el auto", "Pero con esto quemarás calorías", "quiero mi carro", "mira que bonito día", etc, etc.... ganando unas veces el egoísmo, otras la cordura.

Hasta que llegué a un albergue. Una fila larga de indigentes me detuvo el andar. Estaban esperando se abriera el comedor donde, tal vez, tendrían su única comida del día. Me llamó la atención una joven mujer con una niña de unos tres años junto a ella, (tal vez por su cercanía de edad a la mía y a la de mi pequeña, "pudiéramos ser mi hija y yo" pensé). La fila terminó de pasar frente a mis ojos.... y luego mis pensamientos: "¿Necesitas un auto?".

¡No!, claro que no. Necesito ser más agradecida... Eso fue ayer.

Hoy, por cuestiones de negocios, tuve que ir al banco que se encuentra en sentido contrario a la oficina, es casi la misma distancia, así que tuve que caminar el doble. Aunque estuve tentada a refunfuñar de nuevo, hice todo lo que estuvo de mi parte para ver el lado positivo de las cosas.

Hubo un momento cuando el calor y el peso de mi bolso me hicieron desesperar por un segundo. Entonces me topo con un anciano en andadera, apenas si daba sus pasos. De nuevo, agradecí por mis piernas. Aún puedo caminar, así que mejor sonreí.

Vi nuevos negocios que de haber ido en auto los hubiera pasado desapercibidos, me detuve a mirar vestidos en aparadores, y hasta un nuevo restaurante me dio la idea de lo que tendría hoy para la comida, seguí caminando y otro viejecito me sonrió, ¡hasta una botarga me saludó y me besó la mano!... ¡Sí!, hay miles de motivos para estar agradecidos y sonreír.

Llegué contenta a la oficina, un poco tarde a decir verdad, pero ¡feliz!

El día de hoy aprendí que para ser agradecidos hay que dejar de lado el egoísmo y salir, tal vez, a dar una pequeña caminata y poner un poco la vista en los demás. Habrá quienes sean más afortunados que nosotros, otros no tanto; pero nosotros, (que tal vez, no estamos donde quisiéramos estar pero tampoco estamos donde comenzamos), mientras llegamos a nuestra meta, seamos agradecidos durante el proceso. Después de todo Señores, es ahí donde transcurre la mayor parte de nuestra existencia.

Agradecida,
Martha Martínez de Valle.
Febrero 2014.


domingo, 9 de febrero de 2014

La ventana

Hay una ventana en mi casa. No es muy amplia, pero es lo suficientemente grande como para haber llamado mi atención cada vez que subía las escaleras.

Por mucho tiempo pensé en ella, pues estaba "desnuda", por así decirlo. No decidía con qué tipo cortinas cubrirla y al final me decidí por persianas, pero aún así no termina de convencerme... pero eso ya no importa tanto como al principio, ahora sólo agradezco tener "algo" que impida que los de fuera vean hacia dentro. Y por lo pronto me había olvidado por completo de ella.

Hasta ahora...que un tanto aburrida paso junto a ella y levanto mi mirada.

Un tanto tímida y pasando casi desapercibida, pude ver a una pícara queriendo husmear entre las rendijas, se escondía como queriendo y no queriendo ser descubierta.

Hermosa, la luna, se asomaba por mi ventana.

Me pareció curioso, porque tiempo atrás, ¿qué será, seis años?, cuando recién casada, aún en la euforia de la aventura que comenzábamos, la imagen diaria de la a veces redonda y otras sólo una débil "uña" de la luna que se asomaba por mi ventana, su imagen me hacía sentir que siempre habría esperanza. Que siempre habría nuevos comienzos.

Y hoy que la miré, lo recordé.

Han pasado seis años, podría decir que la euforia inicial no ha terminado, sólo ha cambiado. Ahora somos mucho más que dos. Somos cuatro, y dos retoños hacen que dada día sea diferente, emocionante, divertido y un tanto estresante.

Me había olvidado, pero ahí estaba ella, y hoy al mirarla, sonreí.

Recordé la alegría del ayer y me sentí nuevamente bendecida. Pienso que tal vez nunca debí cubrir esa ventana, le impedí la entrada a la extasiante imagen de la misteriosa y cambiante luna. Y en el proceso me olvidé de que cada día trae consigo nuevos comienzos, nueva esperanza.



Martha Martínez,
Febrero 2014.