lunes, 28 de abril de 2014

...perdonar.

Insisto. Puedo percibir las oscuras intenciones en esas elaboradas palabras.
Mortales sutilezas dirigidas con extremada precisión.
Pero no lloraré. El arte consiste en no dejar que esas lanzas penetren el alma.

Y me he vuelto diestra, no por voluntad propia, por superveniencia tal vez,
y por una mano fuerte, una palabra firme y una presencia fiel a lo largo de la existencia.

Tuve que aprender a bailar al ritmo de miradas y sonrisas, con cierta gracia, cierta agilidad
sabiendo en el fondo la verdad. Pero sucumbir no era opción, tenía que seguir, la música no paraba de sonar. Era necesario bailar y bailar.

Y la recurrente pregunta siempre sin respuestas: ¿por qué?

Aún con mil dudas  tener que seguir, avanzar hasta llegar hacia aquella inalcanzable luz llamada felicidad.
Y entre la oscuridad seguir avanzando, mientras por segundos se iluminaba la vida con deslumbrantes destellos recordándome que no era posible descansar, este no es el lugar, estirarse y alcanzar hasta llegar, llegar a la meta, a aquel lugar.

Tropezar y llorar, avanzar a tientas y rodar, un golpe bajo tal vez y el aliento que escapa y parece desvanecer. Pero habrá que continuar, la música sigue y hay que bailar. Mover los pies con la gracia de una gacela, sonreír y los brazos levantar para volver a abrazar.

Gentilmente esquivar y bailar, y volver a esquivar sin olvidar sonreír y la mirada no agachar. Tal vez por ser mi vida un constante entrenamiento del aprender a perdonar, puedo decir que no te conozco, pero gracias a ti, aprendí a bailar.


Perdonando otra vez,
Martha Martínez de Valle.
Abril 2014.

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